viernes

Tristezas del tiempo y del espacio #2




El bicicletero


Aseguraba que todos estamos más locos de lo que creeemos.

Él, en cambio, niño, de cuclillas, nada sabía aún del límite entre el mundo real y el imaginario.

En esa tarde de luz sepiosa, todo su mundo se le iba en contemplar como aquel hombre de tostados brazos venosos descuartizaba sin piedad su pequeña bicicleta. En ese momento, ruedas arriba, la delantera se asemejaba a una pequeña serpiente negra, desinflada en las manos callosas del bicicletero, quien continuaba un monólogo extraño que el niño no escuchaba, perdido en su fascinación por las tuercas y los fierros.

Sin embargo, en el ir y venir, no pudo evitar encontrar su mirada en dos manchas azules, eléctricas, que le devolvían la fascinación tras los rayos de la rueda. Otro niño atrapado bajo el bigote canoso y las arrugas de la piel, la voz venida del fondo de la tierra y el brillo de la calvicie sudorosa.

-¿Quién puede perder el asombro en este mundo, gurisito?-le preguntó, sin esperar respuesta. Ambos rebosaban de asombro y muy poco de respuestas. Y a ninguno le preocupaba.

La bicicleta ya estaba, nuevamente de pie sobre sus ruedas, lista, esperando para volver a rodar sobre el balastro. El niño le tendió tímidamente un billete arrugado por la espera, que el bicicletero tomó sin apartarle la sonrisa ni la mirada confianzuda.

Vio al pequeño irse pedaleando hacia la vida que le parecía aún tan lejana, mientras guardaba el billete en un bolsillo del delantal grasiento.

Aseguraba que nunca nos enteraremos que todo terminó.




Susukibird

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.