jueves

Tristezas del tiempo y del espacio #4



La lluvia

Era blanca aquel día.

Silenciosa y tierna, caía, sobre la tarde aún más silenciosa. Desde un resplandor blanco que se extendía de horizonte a horizonte, caía, en largos pequeños suicidios que se perdían en el aire, escondiéndose de su mirada, moldeando la tierra al estrellarse, suavemente, delante de sus pies.

La humedad asomándose a su alrededor, era la única otra presencia, casi tangible, que la acompañaba en su espera, ya larga, junto al poste de hormigón, desnudo y fijo, que hacía de parada a su lado.

Una marioneta viendo pasar el tiempo en gotas que caían sin tregua, resbalando suaves y transparentes por sus cuerdas, acariciando su mejilla, adentrándose en su cuerpo que se hundía, incapaz de moverse, en el barro bajo sus pies. Sólo el traqueteo del Nº4, acercándose lentamente como una chirriante y cansada esperanza por detrás de la colina, le trajo cierta movilidad.

El Nº4; había creído que se atrasaría, a causa del revuelto mousse de la ruta, pero la puntualidad inglesa de su chofer fue más que el barro. Frenó, sonando como una insoportable orquesta de violines de lata, y abrió las puertas, agua y polvo mezclados, delante de su rostro.

El interior del bondi la recibió como el abrazo de una tía abuela lejana, incómodamente pegajoso. La humedad, fiel, se filtraba sigilosa por las grietas de las ventanas, los rasguños de los asientos, se sostenía de las barandas resbalosas. El chofer, serio y cetrino, ceñudo y malhumorado, la recibió por su parte con un leve movimiento de bigote, mientras le dejaba el cambio en un tintineo de monedas mugrientas.

A esa hora se veían pocos rostros, y aún menos miradas, alguna perdida muy de vez en cuando, pero improbablemente se verían en un día blanco como aquél, en el que las personas se habían dejado atrapar por las ventanas. Ninguna se dio por enterada cuando un ser de agua pasó entre ellos, cargando con sus cuerdas mojadas, mientras el Nº4 emprendía nuevamente su marcha, con un fuerte tosido tuberculoso, y ella se libraba, en un asiento junto a la ventana, al sopor taciturno.

La lluvia; era blanca aquel día.

Calma, caía alrededor de la carretera, inmune al estruendo del motor que perturbaba su silencio. Imperceptiblemente cansadora, roía su corazón aún más pálido, corriendo entre los canales que abren los años. Y el horizonte estático, le devolvía el reflejo a sus pensamientos, corriendo en todas sus venas y arremolinándose en su pecho; atrapados por la humedad casi tangible, se convertían ese día en un peso que la empujaba quedamente al suelo.

Sentía las cuerdas más nítidas que nunca; acaso fuera cosa del agua, que las había dotado de una extraña definición. Las sentía allí, firmes, atadas a sus muñecas y sus tobillos enchastrados de barro; tensas pero cálidas, eran otro peso, otro cómplice recordándole su cercanía al suelo. Nada le era ajeno; ni la lluvia, las cuerdas o el Nº4; sin embargo, esa, esa tarde como cualquier otra, sentía algo. Algo, como una diminuta mota de polvo en una superficie extremadamente limpia.

Una súbita frenada y los chillidos histéricos del óxido la devolvieron al mundo. El Nº4 se detuvo por completo; apagado el motor, parecía casi suspendido en el espacio, e incluso esperó por un instante que todo comenzará lentamente a flotar, en ese silencio sin gravedad sólo acompañado por un murmullo de agua. Era su parada, le recordaba la mirada del chofer, pero aquella vez, le costó despegarse del asiento. Inspiró, agua para sus pulmones, antes de comenzar a caminar suavemente por el pasillo, entre los demás seres que continuaban su ausencia junto a la ventana, sin notar siquiera las cuerdas, que surgían imperceptibles desde el techo y bajaban hasta tomarles las muñecas y contarles el pulso cálido de sus días.

Afuera, las gotas seguían cayendo pacientemente, sin apuro. Mientras el Nº4 se encendía y se alejaba, llevándose cansinamente su ruido quejumbroso, sintió salir por detrás de su nuca algo. Inclinó suavemente la cabeza, hasta sentir las gotas de lluvia estrellarse tiernamente en su cara, y ver a las cuatro largas cuerdas que subían y subían y se perdían en un cielo inmensamente blanco.





Susukibird

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