domingo

Tristezas del tiempo y del espacio #6



(Pidiendole humildemente permiso)




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Los cuatro zapatos tirados al costado de la cama. Eliana los observaba, sumida en un silencio somnoliento; la cabeza hundida en la almohada, el pelo largo desparramado, el cuerpo boca abajo, inerte. La luz matinal entraba suavemente por la ventana, transportando los buenos días del sol acogedor al cuarto aún dormido. Eliana observaba los zapatos. Cuatro; los suyos, unos deportivos mugrientos, con pocas ganas de existir; los de ella, unas sandalias de cuero, gastadas por el andar cotidiano.

(Le gustaban esas sandalias,

aunque no tanto como le gustaba,

claro está, la forma que tenían

de andar resueltamente por las veredas.

El sol y la lluvia podían sucederse en las ruedas de goma que zumbaban a su lado, pero

ellas, ajenas, saltaban despreocupadamente las grietas de los pisos. [A veces, se tornaban para dedicarle una mirada, una sonrisa, un secreto en la punta de la lengua.])

Eliana suspiró. A su lado sus championes ya no eran simple mugre, sino su mugre, la de Eliana.

(Aunque los ojos temerosos de las veredas las observaran andar, un poco a la deriva, por los recovecos de la ciudad. Los ojos silenciosos que a lo lejos desgastaban las sandalias; las sandalias y ella, que seguían caminando bajo su propia luz natural)

Eliana sonrió. Era un día hermoso y alguien descalza ya había abierto las cortinas para contemplarlo. Como Eliana había abierto los ojos para ver a los cuatro zapatos tirados al costado de la cama.





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